jueves, 3 de marzo de 2011

El esquí, antes y después de los cuarenta. O como bajar de la montaña sin morir con los esquíes puestos.

No sé en qué momento de mi adolescencia tardía, digo tardía, porque cuando fui realmente adolescente mis padres no tenían un cobre, menos que menos para llevarme a esquiar, (aunque en realidad, mas tarde tampoco lo tuvieron), se me ocurrió y por lo tanto, fue una decisión puramente mía y de mi escaso bolsillo de primeros años de laburante, el elegir vacacionar en la montaña.

Como iba diciendo, un buen día pensé, mientras andaba de colectivo en colectivo por la city, haciendo equilibrio y pude comprobar qué buenas rodillas tenía para evitar caídas en frenazos y baches, que era poseedora de las “skills” necesarias, para el esquí.

En definitiva y para redondear, la única opción plausible, analizando todas las ofertas turísticas que había, para lograr el costo-beneficio, era contratar un paquete all inclusive. 
Y cuando digo all, es all. Eves turismo, que Dios los tenga en la gloria. Por poca plata y mucha paciencia, conseguías, pasaje, estadía, comidas, equipos, clases colectivas, pases, todo. Viaje en bondi. 26 horas de ida, 26 horas de vuelta. Nada de clase ejecutiva, o de coche cama… nada de eso existía en los 80. Definitivamente era como la “reinvención” del viaje de egresados. Los cuartos se compartían con amigos e incluso si el número de gente así lo requería, con desconocidos, coordinadores, etc. 
El viaje, largo pero divertido. Nadie dormía nada, algunos cantaban y tocaban la guitarra, otros charlaban y jugaban a algo, mientras tanto empezábamos a conocernos…

Ya en “Bariló”…Te buscaban a las 7 de la mañana por un hotel del centro, of course, debías levantarte de mínima a las 6, ya que no podías perder el desayuno. A las 8 llegabas al cerro para buscar los equipos y a las 9 había que estar en la base para encontrar a tu clase colectiva… o si tu “instructor” así lo requería, tal vez debías encontrarte a las 10, en la punta más alta del cerro… Punta Princesa! Y aquello implicaba tomarse, tres largas y eternas aerosillas viejísimas, en Robles, ya que por aquel entonces, el cerro, estaba partido en dos!...

Así fueron los comienzos. A los golpes. Poca nieve, muchas ganas, poco descanso, pocas horas de sueño. La época de los colores fluo! Lindas fotos viejas.

Pero un día, ya que probaste el avión, el hotel en la base, la casa de algún amigo cerca. Nunca más Eves. Nunca más!
Con el tiempo, uno aprende a deslizarse montaña abajo. Ahora, tener “estilo”, es harina de otro costal. Es agua de otro molino. Es IMPOSIBLE para mí!!!!

Que puedo decir de este deporte. Es impagable. Te desconecta completamente. Descubrís que tenés músculos que ni siquiera sabías que tenías, te duelen huesos que jamás te habían dolido. Tu mente se concentra en no caer, no perder el equilibrio, subir al poma, bajar de la silla, sin llevar a nadie por delante, o que no te lleven por delante a vos… tu mente está OCUPADISIMA!

Pero además, esquiar después de los 40, es también, llegar a las 11, sólo si hay sol. Y ya como a las 13,  parar a tomar una cervecita, en alguna terraza con vista a los lagos, con buena música de fondo!

No es divertido esquiar solo, para nada. Pero eso sí: tenés que encontrar un grupo que esquie como vos. Ni tanto, ni tan poco. Léase, si a algún amigo o pariente ex “instructor”, se le ocurre ir a esquiar por “fuera de pista”, “nieve honda y virgen”, o ir a descubrir nuevos caminos, definitivamente pensalo varias veces. PENSALO seriamente…!!! 
Una imagen mía esta última temporada: de cara en la nieve honda, el brazo enterrado hasta el hombro con el bastón todavía agarrado, los esquíes desparramados y un pedido de socorro,  “que alguien me ayude a desenterrarme!…ya que sola no puedo!... Divertido, si para contarlo luego. Levantarse de esa caída, pararte y ponerte los esquíes, mientras te hundís en la nieve blanda, implica, para alguien que superó los 40, un esfuerzo nunca experimentado antes. Lo juro. Creí que no volvía. En fin.  

El mayor placer: cuando me saco las botas al final del día. Cada vez que pienso lo cansada que me acuesto, cuando voy de vacaciones a esquiar, que he llegado a la conclusión, de que estoy loca. Pero cada año que puedo, vuelvo. Hay algo ahí en la montaña, que hace que me olvide del dolor, del cansancio, de todo. Y pienso en el fondo, que es porque me siento casi, como tocando el cielo con las manos…

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