Y si, pasa el tiempo a la carrera.
Sin importarle qué arrastra a su paso,
ni que devora su monumental torbellino.
Quien resiste y quien fracasa.
Rompiendo todo.
Y solo nos deja el sabor amargo de las ausencias, el nostalgioso sentir.
Y las fotos de papel, esas que no sabes cómo volverlas pixel.
Desenfrenado e intenso se va desbaratando el año.
Qué, aunque prometiera ser nuevo y próspero,
parece finalmente haberse sacado la careta, nomas arrancar.
Quizás es que ya no tengo la paciencia o la fuerza y la garra de antes.
Quizás solo quiero dar vuelta esta página como una media
y empezar de nuevo.
Nuevo como eso de animarse.
De tomar el riesgo, de soltar los lastres y aliviándose uno tanto,
que una simple brisa nos hará volar como un dron,
el que te da esa vista increíble de la modernidad.
Y tirarme en el pasto, mirando al cielo, con los ojos cerrados.
Sabiendo que esta ahí; como el techo celeste de mi mundo.
Mientras, los cachorros, me lamen las manos en forma de besos perros.
Y mientras me deleita el oído el aleteo del colibrí,
que viene a libar el agua con azúcar;
y que, aunque no lo vea, sé que esta.
Tal vez me asome a la ventana abierta,
para espiar a alguna estrella remolona que no quiere irse a dormir.
O tal vez baje mi vista hacia el tejido que distrae mi mente atribulada;
Para enredar en sus puntos,
esos jirones de amor que todos nos guardamos, pero que son para dar.
Y quizás también, en este pequeño viaje por lo simple,
pueda descubrir que el tiempo no importa.
Que pase o que siga, o se quede a compartir, si tiene ganas.
Que no me va a encontrar sino aferrada a la vida:
con mis lanas y mis lápices y mis fotografías de papel.