lunes, 31 de marzo de 2014

Reflexiones de otoño.

Hace tiempo, mi pluma virtual, está completamente muda. 
Es el ejercicio de escribir el que abandonado hace que no sepa por donde empezar.
Algún chistoso, diría: por el principio. Pero a veces no hay principios, no hay finales. Solo andar. Fluir a través de las palabras, los espacios en blanco y las negras letras del alfabeto.
Un sin número de pensamientos cruzan de pronto mi mente y no logro enfocar en ninguno en concreto. Es básicamente casi como soy yo. Un sin fin de ideas y de planes y de cosas para hacer. Pero que al final, nunca ven su horizonte claro y definido...
Muchas veces me he reprochado no elegir algo y ser la mejor en eso. Muchas veces recordé la parábola de los talentos, y me sentí como el que enterró su talento y no hizo nada con el. Claramente, culpable.
Tal vez se deba a los mandatos. Tal vez no. Pero ahora que tengo un montón de años, me doy cuenta de cuanta cosa ha quedado olvidada en el tintero.
En el tintero de la vida, quiero decir. Ese tintero con el que vamos escribiendo nuestra pequeña historia, tan simple y sencilla que quizás no sirva para ser parte de un libro. 
Cuando vamos caminando por la vida, vamos enlazando a cada paso vínculos de todo tipo, y esos lazos invisibles, van de a poco fundiéndose con nuestra alma y nuestro corazón. A veces ni nos damos cuenta, lo importante que son o que fueron algunas personas que hemos conocido. Y algunas que ni siquiera saben, el lugar que ocupan o que ocuparon en nuestro recorrido. 
Cuando me detengo alguna vez a mirar por encima del hombro, ese pasado que hoy parece tan lejano, siempre veo muchas almas llenas de amor que hoy forman parte de mi ser. No niego que también hubo personas que tal vez nos hicieron mal. Pero también eso nos fortalece al final y creo que de lo difícil y complicado, también aprendemos y crecemos.
Constantemente me pregunto si he hecho las cosas bien, o si hago las cosas bien, o como podría hacerlas mejor... a veces cual el memorioso Funes, pensamos, recordamos y analizamos tanto, que nos olvidamos de vivir. Y en ese fluir de sentimientos es que he aprendido a quererme mas, a valorarme así como soy. 
Es genial. En mi vida hubo actividades de un solo resultado: tejí un solo sweater. Uno solo entero y completo. Me quedó lindo y extremadamente chico. Lo regalé. Un día me hice un pantalón, con molde y todo. Nunca mas volví a hacer otro. Y me doy maña, mucha...Pero no soy constante. Hace como un año se me ocurrió empezar a escribir un libro, una novela corta. Y vaya que fue corta. Un solo capitulo. La idea esta ahí. Si, pero no hay cabida para seguir... y bueno, que importa? Antes me hubiese mortificado. Pero hoy, ese ir y venir, ese hacer y deshacer, es como una prueba constante de la inconstancia feliz. Con los años uno entiende de la finitud de la vida, y que si en ese tiempo, corto, muy corto, necesitamos estar todo un día leyendo sin parar, está bien. Y si nos apetece dormir, también lo está. Y si queremos levantarnos al alba para ver amanecer, también. Si se nos da estar solos, o en compañía. Si salimos o nos quedamos en casa. Es que de eso se trata vivir. Hacernos siendo. Sin culpas ni culpables; viviendo.