Parecía
que la temporada de circos se avecinaba. Es que existe una “temporada” acaso?
Solía pensar que no, pero la edad, la historia y la estadística, me
convencieron que si, y que se da cada cuatro años; exactamente. Por lo menos,
así sucede en la Argentina.
Decía
entonces, que se acercaba la época. Y antes de que llegara el primer convoy, ya
había gente haciendo cola para anotarse y trabajar en el circo. Por una
temporada, que había que perder? Nada en absoluto. Pan para hoy, hambre para
mañana, decían por ahí. Pero mentían. Todos sabían que si hacían las cosas, tal
como se los indicaran los dueños del circo, podrían ser contratados, para la
temporada siguiente.
Y
era entonces que en extrañas reuniones, contubernios y cónclaves, los dueños
del circo, entrevistaban a unos y a otros, para ver quienes, tenían las
habilidades necesarias para ser de mayor utilidad en la temporada.
Cabe
aclarar que había un solo papel que no se buscaba: La mujer barbuda. Ese lugar
ya estaba destinado…
Para
poder acceder a cada puesto, había que cumplir con unos cuantos requisitos:
El
domador: Como lo primero es lo primero, era condición sine qua non, para ser
domador, el estar dispuesto a poner la cabeza en la boca del león. Sin
garantías eh! Debía tener dotes de todo tipo, si sabía tocar algún instrumento
y prestarse a hacer el ridículo con
frecuencia, mucho mejor. Y esta cualidad era, a la hora de elegirlo, una ventaja muy bien aceptada. Por eso
solía ser uno de los mejor pagos. Ah! otra cosa, muy, pero muy importante: para
ser “el” elegido, debía estar dispuesto a soportar, en todo momento y para lo
que fuere, a la mujer barbuda. Este personaje, era de los que aparecía con
letras grandes en la lista. Casi, tan grandes, como las de la mujer barbuda.
Los
payasos: En este rubro, la verdad sea dicha, podía haber variedad. En realidad,
cuanto mas, mejor. Algunos debían ser llorones, otros graciosos, otros
obsecuentes. Pero siempre, siempre: pícaros. Cualidades muy importantes: que
supieran pegarse unos a otros, y por sobre todo, distraer a la gente con sus
chistes o sus pantomimas, para que no pudieran ver los actos que se estaban
preparando. Algunos debían disfrazarse, otros simplemente iban como eran. Y en
la lista, había muchos, muchos! Total, quien los podría reconocer luego, no?
Los
malabaristas: Esta era toda una casta especial. Y, piensen, algunos eran
malabaristas muy profesionales, casi con título universitario: volaban a muchos
metros sobre nuestras cabezas, colgando allá arriba, hamacándose y paseando, de
uno a otro lado. Tenían la mejor vista de todo… como aves de rapiña. Y en
general, no usaban red. Eso los hacía especiales. Cuando caían, caían mal. Por
eso en general, no caían. En fin, cosas de circo, no?
Y
también los había de otro tipo, mas tranquilos, como los que se pueden ver en
cualquier esquina no? Con tres pelotitas y ya! En un abrir y cerrar de manos, recibidos
de malabaristas… pero tan útiles! Ellos estaban a la altura del suelo. No volaban,
y si se caía alguno de los que estaban arriba, con suerte no eran aplastados;
con suerte…
Los
Bailarines: Para la elección de estos personajes, solo bastaba que supiesen dar
unos pasos, aunque mas no fuera. Y si tenían dotes actorales, mucho mejor! Los
usaban para salir habitualmente en esos baches, esos bajones que se dan entre
acto y acto… estaban solo para llenar espacios. Para el minuto a minuto, ahí, iban de perillas.
La
Mujer Gorda: Ah si, este tema fue todo un caso. Con ella el dueño, no tenía
mucha posibilidad de elección. El punto, es que no había tantas candidatas para
el puesto. Y un circo que se precie, no podía no tener una. Se supo tiempo
después, que quiso contratarla en varias oportunidades, sin éxito. La gorda, de
muy pocas pulgas les aclaro, prefería sentarse entre el público, en algún lugar
especial. Y mientras comía pochoclo, criticaba y criticaba. Me hacía acordar a
esa gente que cuando ve un acto de magia, lo único que quiere, es descubrir los
trucos. Y muchas veces, lo logra.
En
esos años, sucedió algo muy raro. El dueño del circo murió de repente. En plena
temporada. Y puff! Casi se viene abajo todo el circo, la carpa incluida. Pero no
había caso el cerrar! Ya estaban todas las entradas vendidas! Y todas las
funciones comprometidas! Había que seguir, como sea. Con “El” dueño o sin el.
Ahí
fue cuando la mujer barbuda se hizo cargo de todo.
Convengamos,
que siempre se ha dicho, que no es lo mismo hablar con el dueño del circo, que
con los monos; entonces, imagínense! todo dirigido por la mujer barbuda?! Una
catástrofe parecía avecinarse. Y así fue.
En
los primeros tiempos, no se notaba tanto, porque de verdad parecía que la mujer
le ponía mucha garra y mucha garganta al tema. Y si, a grito pelado solía hacer
sus presentaciones. Pero con cada nueva función, estaba más tiempo hablando y
hablando a la gente. Y cada vez, le gustaba más…La gente empezaba a murmurar! Los
personajes a su alrededor le inventaban nuevos actos a cada rato, y eso la
obligaba a contratar a nuevos payasos y bailarines. Traía malabaristas
importados…! Y corría de un lado para otro, como loca. Y llegó un día en que no
pudo más. No podía controlarlos a todos! Tanto empleado, tanta gente que
atender! tanta confusión! Hicieron que las cosas empezaran a fallar. La carpa y
el circo hacían agua por todas partes. Igual que las funciones. El cáos era
tal, que nomas por dar un ejemplo, el domador, un día metió la cabeza en la
boca del león, con tal mala suerte, que casi, casi, se lo come vivo! Lo salvaron de
milagro, mientras todo era disimulado
hábilmente, por payasos y bailarines.
Más
adelante, uno de los malabaristas principales, (que en algún momento, supo ser el
preferido de “El” fallecido dueño), se rebeló por completo... Y de un día para
otro, no quiso hacer más su función. Y como no pudo arreglar nada con la mujer
barbuda, no se le ocurrió mejor idea que instalarse a la salida del circo, con
pancartas y carteles y gritar a voz en cuello todo lo que pasaba adentro. Esto fue cosa de todos los días. Antes y después de todas las funciones. La gente empezó a sospechar. El ex malabarista
decía cosas horribles!, sobre cómo maltrataban a los pobres animales, sobre cómo
se guardaban las cosas olvidadas. O como el pochoclo que vendían siempre estaba
viejo, o que no limpiaban nunca! Y todos los días, se repetía la misma
historia. La Mujer Barbuda, no podía soportarlo.
Ahí
fue que apareció el hombre forzudo. Enorme, amenazante, en verdad que metía
miedo. Y empezó a conversar con todos y cada uno… en privado: con la gente del
pueblo, con la gorda, con los empleados. Y a todos los convencía de seguir
yendo al circo y de que en realidad el ex malabarista, mentía... Nunca se supo
como lograba convencerlos, pero así fue! No sé qué hizo pero lo que sí sé, es que
consiguió que los responsables del pueblo, prohibieran a cualquier otro circo
en la ciudad. Solo ese y no otro circo, podía hacer sus funciones en ese lugar.
Como
es de imaginar, llegó un momento en que no todos estábamos de acuerdo. Y a
pesar de que la mujer barbuda hacía lo imposible por mantener todo a flote, la
credibilidad del circo y su gente, era cada vez mas pobre.
Cuando
faltaba bastante para el fin de la temporada, hubo un hecho que desató todo.
Fue el principio del fin.
Lo
cierto fue que un payaso, un bailarín y un malabarista experto, fueron acusados
de robarse gran parte de la recaudación del circo. Por supuesto que hubo varios
que trataron de probarlo, entre ellos, la mujer Gorda y el ex malabarista. Pero
no pudieron nunca comprobar nada. Se decía por ese entonces, que aquello venía
sucediendo desde hacía mucho, tanto tiempo, que incluso “El” dueño, todavía vivía.
Lo que tampoco se pudo probar, fue si la
mujer barbuda sabía lo que había estado ocurriendo y era cómplice. Empezaron a
pelearse entre los personajes de los actos, se acusaban unos a otros! Se armó
tal desbarajuste en el pueblo, que la mitad de la gente dejo de ir al circo.
Y
los que no estábamos de acuerdo, salimos a la calle, cansados ya de tantos
escándalos, que no le hacían bien al lugar. Y fuimos y protestamos tantas pero
tantas veces, que no hubo próxima temporada.
Y en menos que canta un gallo, todo había desaparecido.
Cuenta
la leyenda, que la mujer barbuda, se fue muy lejos. Según dicen, la última vez
que la vieron, iba vestida de luto extremo mientras vociferaba frases
inteligibles, al tiempo que señalaba al aire con su dedo en alto.
Y
desde un rincón alejado del pueblo, se escuchó la última carcajada.