miércoles, 24 de abril de 2013

El Circo. La última carcajada.


Parecía que la temporada de circos se avecinaba. Es que existe una “temporada” acaso? Solía pensar que no, pero la edad, la historia y la estadística, me convencieron que si, y que se da cada cuatro años; exactamente. Por lo menos, así sucede en la Argentina.
Decía entonces, que se acercaba la época. Y antes de que llegara el primer convoy, ya había gente haciendo cola para anotarse y trabajar en el circo. Por una temporada, que había que perder? Nada en absoluto. Pan para hoy, hambre para mañana, decían por ahí. Pero mentían. Todos sabían que si hacían las cosas, tal como se los indicaran los dueños del circo, podrían ser contratados, para la temporada siguiente.
Y era entonces que en extrañas reuniones, contubernios y cónclaves, los dueños del circo, entrevistaban a unos y a otros, para ver quienes, tenían las habilidades necesarias para ser de mayor utilidad  en la temporada.
Cabe aclarar que había un solo papel que no se buscaba: La mujer barbuda. Ese lugar ya estaba destinado…
Para poder acceder a cada puesto, había que cumplir con unos cuantos requisitos:
El domador: Como lo primero es lo primero, era condición sine qua non, para ser domador, el estar dispuesto a poner la cabeza en la boca del león. Sin garantías eh! Debía tener dotes de todo tipo, si sabía tocar algún instrumento y prestarse a  hacer el ridículo con frecuencia, mucho mejor. Y esta cualidad era, a la hora de  elegirlo, una ventaja muy bien aceptada. Por eso solía ser uno de los mejor pagos. Ah! otra cosa, muy, pero muy importante: para ser “el” elegido, debía estar dispuesto a soportar, en todo momento y para lo que fuere, a la mujer barbuda. Este personaje, era de los que aparecía con letras grandes en la lista. Casi, tan grandes, como las de la mujer barbuda.
Los payasos: En este rubro, la verdad sea dicha, podía haber variedad. En realidad, cuanto mas, mejor. Algunos debían ser llorones, otros graciosos, otros obsecuentes. Pero siempre, siempre: pícaros. Cualidades muy importantes: que supieran pegarse unos a otros, y por sobre todo, distraer a la gente con sus chistes o sus pantomimas, para que no pudieran ver los actos que se estaban preparando. Algunos debían disfrazarse, otros simplemente iban como eran. Y en la lista, había muchos, muchos! Total, quien los podría reconocer luego, no?
Los malabaristas: Esta era toda una casta especial. Y, piensen, algunos eran malabaristas muy profesionales, casi con título universitario: volaban a muchos metros sobre nuestras cabezas, colgando allá arriba, hamacándose y paseando, de uno a otro lado. Tenían la mejor vista de todo… como aves de rapiña. Y en general, no usaban red. Eso los hacía especiales. Cuando caían, caían mal. Por eso en general, no caían. En fin, cosas de circo, no?
Y también los había de otro tipo, mas tranquilos, como los que se pueden ver en cualquier esquina no? Con tres pelotitas y ya! En un abrir y cerrar de manos, recibidos de malabaristas… pero tan útiles! Ellos estaban a la altura del suelo. No volaban, y si se caía alguno de los que estaban arriba, con suerte no eran aplastados; con suerte…
Los Bailarines: Para la elección de estos personajes, solo bastaba que supiesen dar unos pasos, aunque mas no fuera. Y si tenían dotes actorales, mucho mejor! Los usaban para salir habitualmente en esos baches, esos bajones que se dan entre acto y acto… estaban solo para llenar espacios. Para el  minuto a minuto, ahí, iban de perillas.
La Mujer Gorda: Ah si, este tema fue todo un caso. Con ella el dueño, no tenía mucha posibilidad de elección. El punto, es que no había tantas candidatas para el puesto. Y un circo que se precie, no podía no tener una. Se supo tiempo después, que quiso contratarla en varias oportunidades, sin éxito. La gorda, de muy pocas pulgas les aclaro, prefería sentarse entre el público, en algún lugar especial. Y mientras comía pochoclo, criticaba y criticaba. Me hacía acordar a esa gente que cuando ve un acto de magia, lo único que quiere, es descubrir los trucos. Y muchas veces, lo logra.

En esos años, sucedió algo muy raro. El dueño del circo murió de repente. En plena temporada. Y puff! Casi se viene abajo todo el circo, la carpa incluida. Pero no había caso el cerrar! Ya estaban todas las entradas vendidas! Y todas las funciones comprometidas! Había que seguir, como sea. Con “El” dueño o sin el.
Ahí fue cuando la mujer barbuda se hizo cargo de todo.
Convengamos, que siempre se ha dicho, que no es lo mismo hablar con el dueño del circo, que con los monos; entonces, imagínense! todo dirigido por la mujer barbuda?! Una catástrofe parecía avecinarse. Y así fue.
En los primeros tiempos, no se notaba tanto, porque de verdad parecía que la mujer le ponía mucha garra y mucha garganta al tema. Y si, a grito pelado solía hacer sus presentaciones. Pero con cada nueva función, estaba más tiempo hablando y hablando a la gente. Y cada vez, le gustaba más…La gente empezaba a murmurar! Los personajes a su alrededor le inventaban nuevos actos a cada rato, y eso la obligaba a contratar a nuevos payasos y bailarines. Traía malabaristas importados…! Y corría de un lado para otro, como loca. Y llegó un día en que no pudo más. No podía controlarlos a todos! Tanto empleado, tanta gente que atender! tanta confusión! Hicieron que las cosas empezaran a fallar. La carpa y el circo hacían agua por todas partes. Igual que las funciones. El cáos era tal, que nomas por dar un ejemplo, el domador, un día metió la cabeza en la boca del león, con tal mala suerte, que  casi, casi, se lo come vivo! Lo salvaron de milagro,  mientras todo era disimulado hábilmente, por payasos y bailarines.
Más adelante, uno de los malabaristas principales, (que en algún momento, supo ser el preferido de “El” fallecido dueño), se rebeló por completo... Y de un día para otro, no quiso hacer más su función. Y como no pudo arreglar nada con la mujer barbuda, no se le ocurrió mejor idea que instalarse a la salida del circo, con pancartas y carteles y gritar a voz en cuello todo lo que pasaba adentro. Esto fue cosa de todos los días. Antes y después de todas las funciones.  La gente empezó a sospechar. El ex malabarista decía cosas horribles!, sobre cómo maltrataban a los pobres animales, sobre cómo se guardaban las cosas olvidadas. O como el pochoclo que vendían siempre estaba viejo, o que no limpiaban nunca! Y todos los días, se repetía la misma historia. La Mujer Barbuda, no podía soportarlo.
Ahí fue que apareció el hombre forzudo. Enorme, amenazante, en verdad que metía miedo. Y empezó a conversar con todos y cada uno… en privado: con la gente del pueblo, con la gorda, con los empleados. Y a todos los convencía de seguir yendo al circo y de que en realidad el ex malabarista, mentía... Nunca se supo como lograba convencerlos, pero así fue! No sé qué hizo pero lo que sí sé, es que consiguió que los responsables del pueblo, prohibieran a cualquier otro circo en la ciudad. Solo ese y no otro circo, podía hacer sus funciones en ese lugar.

Como es de imaginar, llegó un momento en que no todos estábamos de acuerdo. Y a pesar de que la mujer barbuda hacía lo imposible por mantener todo a flote, la credibilidad del circo y su gente, era cada vez mas pobre.
Cuando faltaba bastante para el fin de la temporada, hubo un hecho que desató todo. Fue el principio del fin.
Lo cierto fue que un payaso, un bailarín y un malabarista experto, fueron acusados de robarse gran parte de la recaudación del circo. Por supuesto que hubo varios que trataron de probarlo, entre ellos, la mujer Gorda y el ex malabarista. Pero no pudieron nunca comprobar nada. Se decía por ese entonces, que aquello venía sucediendo desde hacía mucho, tanto tiempo, que incluso “El” dueño, todavía vivía. Lo que tampoco  se pudo probar, fue si la mujer barbuda sabía lo que había estado ocurriendo y era cómplice. Empezaron a pelearse entre los personajes de los actos, se acusaban unos a otros! Se armó tal desbarajuste en el pueblo, que la mitad de la gente dejo de ir al circo.
Y los que no estábamos de acuerdo, salimos a la calle, cansados ya de tantos escándalos, que no le hacían bien al lugar. Y fuimos y protestamos tantas pero tantas veces, que no hubo próxima temporada.  Y en menos que canta un gallo, todo había desaparecido.
Cuenta la leyenda, que la mujer barbuda, se fue muy lejos. Según dicen, la última vez que la vieron, iba vestida de luto extremo mientras vociferaba frases inteligibles, al tiempo que señalaba al aire con su dedo en alto.
Y desde un rincón alejado del pueblo, se escuchó la última carcajada.