El aroma a jazmines envuelve todo como un manto de noche
fresca.
Mientras camino, un sin fin de recuerdos de toda mi vida,
se hacen presentes, entrelazados con el perfume y las estrellas brillantes.
Me parece ver un guiño de aquella media luna,
que espía mis
pasos desde su lado oscuro.
Me hundo en la profundidad de mis pensamientos.
Es la magia de la primavera, que endulza los sentidos.
Como si quisiera encantar mi mente y mi corazón.
A esa hora ya los pájaros han guardado su música,
pero los
grillos ensayan acordes monocordes.
Cuantas ideas surgen en esas caminatas.
Cada paso deja una
huella invisible en el pavimento.
Y es esa cadencia la que nos inspira.
Y nos regala las
mejores metáforas. Las cuales, amo.
Y las musas nocturnas se toman el rato para visitarnos,
juegan a las escondidas con nuestros pensamientos.
Arman y desarman frases y
oraciones locas.
Lo más probable es que luego olvidemos,
que fueron ellas con su picardía,
las que nos soplaron sueños e historias en el oído.
Nos envuelven y corren a nuestro alrededor;
supongo que si pudiera verlas,
serían como las auroras boreales con colores de esos que no
existen.
Casi como que volvemos en andas.
Suspirando y sonriendo en
la oscuridad estrellada.
Y casi que nos da por correr, para tomar pluma y papel
y
plasmar esa experiencia sobrenatural.
Pero estamos en otoño. Y mis musas y jazmines emigraron al
norte.
Mientras la lluvia moja la tristeza de la tarde gris,
veo
que finalmente las hojas del cerezo se han vuelto rojas.
Tal vez no tenga que esperar a la primavera.