Me tomaste de la mano. Y
sentí como te apretabas a mi con tus temores de niño grande. Y me emocionó
saber, que te doy seguridad aun. Que
aunque estas creciendo como loco, ese lazo de madre e hijo es cada día mas
grande y mas tierno.
Últimamente me emociono
por todo, será que ya estoy poniéndome grande, o será que cada día que pasa,
dejo lugar en mi, para que las emociones del alma y del corazón se apoderen de
mis sentidos, aunque no tengan sentido.
El otro día me encontré
con lágrimas en los ojos, porque vi una nota en la que un maestro en Catamarca,
hace 100 kilómetros por día en una moto,
por la tierra y el salitre, para ir a enseñar a solo 6 chicos. Y el ver esas
caritas de felicidad, de amor y de ganas de aprender, con sus sueños de futuro
en una sonrisa de guardapolvo blanco, me enternecieron de un modo que no creí
posible.
Son esas cosas que están a
nuestro alrededor, tan pequeñas pero tan grandes a la vez. Esas cosas como tu
abrazo, querido hijo, las que me llenan la vida.
Hacen que los silencios se
vuelvan canto y que las palabras cobren vida.
A veces miro fotos de
cuando eras chiquito y hablabas con media lengua y no puedo creer que tengo
ante mi ya casi un hombre.
El tiempo pasa corriendo
casi sin que nos demos cuenta.
Hay que hacer balances
cada tanto, y permitirse el llanto, la emoción, la alegría o la tristeza.
Porque de eso se trata esto, la vida. De un conjunto de momentos para atesorar
de mil maneras. En palabras, en fotos, en abrazos, en canciones de cuna o como
se nos de mejor.
Y siempre hay tiempo para
dar vuelta las páginas que no son agradables, siempre hay tiempo de encontrar
una hoja en blanco y empezar a escribir de nuevo el camino. No hay un solo
camino, no hay una sola hoja de ruta. Nada está escrito en piedra. Solo las
lápidas.
Entonces, con la brújula
del corazón en la mano, podemos decidir cambiar, mejorar y volver a creer.
Es solo eso, un poco de fe
puesta en nosotros mismos. Que al fin y al cabo, somos imperfectos, y por lo
tanto, humanos con todas las letras.