jueves, 23 de mayo de 2019

La calesita argenta



La música de fondo suena y suena fuerte, 
con sonido de bombo callejero.

De pronto me doy cuenta, 
que estoy subida a una tonta calesita que no para. 
Y que de algún modo en cada giro, 
nos lleva repetida e inexorablemente, 
hasta el señor de la sortija.

Ese, que te mira con su media sonrisa sarcástica y torcida. Como burlándose con la impunidad 
que te da el saber que nunca, 
pero nunca, va a dejar que la agarres.  

Y con la plena seguridad, de que aunque quieras, 
no te vas a poder bajar. 
Porque esta prohibido bajarse. Porque la calesita 
no debe parar. No puede parar. 

Y entonces a cada vuelta toma mas velocidad. 
Algunos queremos bajarnos, nos apiñamos, para ver si al inclinarse se detiene, pero no. Porque para que eso suceda, 
hay que ponerse de acuerdo, y tirar todos para el mismo lado. 

De tanto en tanto, logramos que disminuya el paso. Y se siente como un alivio momentáneo. Pero se discute mucho y mucho, y no hay un cristo que tenga una idea 
que a todos conforme.

Con el señor de la sortija no se habla, no se discute, no se negocia. Se acata. Porque no se puede pensar diferente. 

Es como una religión de fanáticos 
que tienen que seguir girando eternamente, al ritmo que marca su engranaje 
salvaje y despiadado.

Y desde el caballito blanco donde pudiste encaramarte, ves pasar las estaciones y los años.  Y con el tiempo las figuras ya no suben ni bajan. 
Las tazas ya no giran y la pintura va 
descascarando su tristeza 
y llorando de injusticia.

Pero el señor de la sortija, es siempre el mismo. Sinceramente voraz, sinceramente eterno.