Como un silencio enorme se desato en mi pecho,
fundiéndose
mi alma como las velas hinchadas.
Y el viento se hizo
canto y fue despertando amarras
en una danza infinita, del barco con el agua.
Entonces los sentidos desataron sus manos.
Henchidos,
suspirando por ese rio manso.
Y el sol se hizo enorme, fue dorando gaviotas pero
con
caricias tiernas, las nubes caprichosas.
Entonces las miradas cobraron vida propia;
brillantes, aleteando por ese río manso.
Y con cada nudo surcado, un sinfín de sensaciones
envolvían
el alma de la tarde.
Entonces nuestras risas se hicieron ecos vagos,
corriendo sin
descanso, por ese río manso.
Y las luces se hicieron amigas de las sombras, y
como si
nada importara, jugaban escondidas.
Entonces la tarde se fue volviendo noche al tiempo
que el
reflejo se apagaba, por ese rio manso.
Y casi sin querer ni darnos cuenta, llegamos con el
corazón
abierto, al puerto que esperaba.
El surco de la espuma se fue esfumando entonces,
como un
suspiro final y desaparecido por ese rio
manso.