viernes, 21 de septiembre de 2018

Bisabuelo.


Me despertó el sonido de tu voz. 

Y ahí estabas parado, a mi lado, mirándome con curiosidad. Esa virtud, que te acompañaría toda la vida. 

Por un momento me sentí en falta; me había quedado dormida frente al libro que me habías prestado. 

Pero no vi ninguna mirada reprobadora en tus ojos. 

Oscuros y enmarcados por unas espesas cejas sin canas, contrastando con tu pelo blanco.

Estábamos en el living de Laprida y Bulnes. 

La biblioteca enorme, forrando toda la pared del piso al techo. Había tomos de todo lo que uno podía imaginar. Era redondeada, igual que el edificio, que estaba precisamente en esa esquina. 

Ese edificio que vos mismo, habías hecho construir, para albergar a la gran familia. Uno en cada piso, todos cerquita.

Escondido y mudo estaba el televisor; como preso, en un mueble antiguo con puertitas. 

Las puertas ventana muy altas. Se abrían a un balcón francés, al que nos tenían prohibido asomar. 

Más allá,  pasando la arcada, el comedor con su mesa oscura, grande y de madera lustrada. 

Infinita cantidad de sillas la rodeaban. Las ventanas con cortinas gruesas. El gran bargueño, contra la pared. Sobre su lomo oscuro, algunos adornos de plata, lucían brillantes.

Todo estaba en silencio. Por entre las pesadas cortinas, se filtraba la luz del sol, formando en el suelo formas diversas.

Como si fuéramos de la misma edad, te sentaste a mi lado, a conversar. Me hablaste intensamente de tu preocupación por el país. De tu dedicación para lograr que fuera un lugar mejor.

Desde que llegaste de Francia, con tus padres, tomaste este suelo como tuyo. Y te sentiste tan argentino como los que nacieron aquí.

Mientras, escuchaba de tus labios sobre la generación del 80, y los emprendedores, los que hicieron que este país estuviera entre las potencias más grandes del mundo. 

Y de cómo, fue que conociste cada rincón del país. De todos los viajes que emprendiste con Sara y tus hijos. Llevando la modernidad del tren antes de que llegara el siglo XX. Extendiendo vías y puentes, construyendo edificios y trabajando en proyectos que supieron ser demasiado futuristas para la época.

Me había quedado con la boca abierta. Escuchando con un orgullo inmenso, tu relato.

Cerré los ojos. Cuando los abrí, estaba en casa, en Pacheco. 

Como de un plumazo te habías esfumado junto con tus libros y tus canas. Y yo no tenía más 12 años, sino que ahora yo tenía canas. 

Pero había cosas que no fueron sueño. Y que están impresas en libros. 

Y eso fue tu vida.Que no fue una vida cualquiera: fue una biografía. La de un ser excepcional que, adelantado a su tiempo en todo, supo cómo luchar por sus ideales, como aprender, crear, creer y hacer planes para cumplir tus sueños y los de otros, hasta el último día.

Cuando yo nací, tenías apenas 97 años de lucidez. 




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