sábado, 17 de diciembre de 2011

Cuento de primavera: Nada es lo que parece.

El vendaval desaforado, se llevaba todo, hasta la sonrisa de la gente.  La ciudad suspiraba sin cesar entre chirridos de árboles viejos y el ruido de las hojas secas, revoloteando como mariposas tristes. A lo lejos, solo se divisaba una nube de polvo gris. Estaba muy raro el clima para ser una avanzada primavera. El día se había transformado en noche sin estrellas. Y de esa mezcla no podía salir nada normal. 

De una casa fantasmal, salió corriendo un hombre, como si lo llevaran los diablos. Pasó tan raudamente a mi lado, que sentí como una brisa helada rozarme la piel y apenas pude verle la cara.  Pero lo que no pude dejar de ver, era su impermeable. De rabioso color amarillo y con un lazo en la cintura. En un abrir y cerrar de ojos, desapareció calle abajo, como si por arte de magia se lo hubiese tragado la nada misma.
Me quedé parada frente a la casa.  De pronto al mirarla en detalle, vi que no era tan fantasmal como me pareció en un principio y me acerque hasta una ventana un tanto sucia. La curiosidad me pudo y me puse a espiar por los vidrios nebulosos. No podía creer lo que veían mis ojos! 

Cualquiera hubiera pensado que detrás de una ventana, debería verse un cuarto, una sala, pero no.  Mi vista se inundó con lo que parecía ser un jardín inmenso. Tan inmenso,  que no se podía ver donde estaba su horizonte. Verde, lleno de plantas, flores  de mil colores. Era una imagen perfecta, casi irreal. Allí el sol brillaba abrazando con su calor y sus dorados rayos a cada ser vivo. 
Mariposas extrañas y enormes, casi que se confundían con pájaros. No pude más y decidí que debía entrar.  
La puerta de madera de pinotea color caramelo, con sus vetas marcadas por el tiempo, era como una invitación. Estaba abierta, sin llave. Entré sigilosamente. Con una mezcla de temor y ansiedad. Era tan real, como lo era la tormenta de tierra que rugía afuera. 

Empecé a caminar por un sendero de fino pedregullo, que se internaba en una vegetación cada vez más densa y brillante. Se escuchaban cantos de pájaros que jamás había oído, antes de ese día. Su música me envolvió como un abrigo de notas indefinidas. Y me sentí liviana,  como si no tuviera los pies sobre la tierra.  En el fondo de mi corazón sentí temor. Tal vez porque desde algún lugar remoto de mi mente, me vino la idea de que alguna vez, había estado ahí.
Se me aflojaron las piernas en el mismo instante en que sentí pasos a mi espalda. Se dirigían cada vez más ligero hacia mí. Roto el encanto del comienzo, empecé a correr por el sendero, sin saber a ciencia cierta a donde me podía llevar. 

En medio del camino había cruzado un enorme tronco de un profundo color azul. Si, azul. Lo salté a la carrera, pensando en caer en tierra firme del otro lado, pero salté y fui a dar directo a un gran hoyo luminoso. Una sensación de vacío, me produjo la caída libre por el haz de luz. En realidad fueron solo segundos, pero a mí, me pareció una eternidad.  Mientras caía, pasaban frente a mis ojos,  como en una retrospectiva, un millón de imágenes de mi vida. 

De repente, todo frenó como en seco. Abrí los ojos. Estaba dentro de mi auto, o lo quedaba de él.  Me sentía aturdida, pero no estaba lastimada. A mi alrededor, sentía el ulular de las sirenas. Un hombre, que supuse era un bombero, vestido con un impermeable de rabioso color amarillo, me sacó de entre los hierros retorcidos. 

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