El día
viene de sol pleno. Y nada hace parecer que va a cambiar.
Solo hay
nubes en mi interior. Nubarrones.
Están amagando
desatar una tormenta.
Trato de
contenerlos a como dé lugar.
¡Qué
difícil en este tiempo tan complejo! en todos los sentidos.
Siento mi alma
deshilachada y el corazón latiendo sin ritmo.
Los
pensamientos corren carreras y se arremolinan incontrolables.
Y una
palabra se asoma por sobre semejante embrollo: miedo.
Y me
pregunto ¿porque?
Se supone
que cuando uno peina canas,
tiene la
experiencia y la sabiduría para no tener miedo.
Miedo del
bueno, digo. Ese que duele, que te congela.
Ese que no
permite que hagas cosas.
Y se
interpone como un muro en tu camino.
Se queda
ahí parado como un monstruo de fauces enormes,
Dispuesto a
devorar tus sueños, tus ganas, todo.
La suma de
todos los miedos.
De la vejez
que no nos permite correr más que el tiempo.
De todas
las cosas que quedan por hacer. De todo lo que hay que agradecer.
De todas
las personas a las que no pudimos decir te amo o perdóname.
De poder
enmendar los errores cometidos.
De no poder
abrazar a nuestros seres queridos.
De saber
que la tierra que pisamos esta corrupta y triste.
De no tener
la certeza de saber que nuestros hijos van a estar bien.
Mil preguntas,
sin respuesta.
Ahora es el
día el que se puso gris.
Y esa
oscuridad que apenas deja ver, nos envuelve como una niebla.
Al parecer habrá
que dar vuelta esta página amarga.
Y ver si
por la ventana entra algún rayo de luz
Que nos dé una
señal, la esperanza de un mañana mejor.
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